Hace un par de días me enteré de la triste noticia de que una
excavadora accedió al Polideportivo de Los Rosales para cavar la tumba y
sepultar para siempre un trocito de la historia del skate.
Ha sido una muerte anunciada que nadie creyó y
los pocos que la tomaron en serio no la pudieron o no la quisieron detener. Igual
que sucedió en la novela de García Márquez que da título a esta entrada.
A nivel particular, este skatepark ha sido muy
importante. En Móstoles me reencontré con la rampa y allí descubrí que no es
necesario el mar para surfear. Durante los años que viví en Madrid se convirtió
en mi spot preferido, el escenario de grandes sesiones y en definitiva un lugar
de encuentro y referencia para todos los amantes de este deporte.
Hoy, verlo reducido a escombros me duele
doblemente. Por un lado, saber que no volveré a disfrutar de sus transiciones,
y por el otro, la sensación amarga de no haber hecho nada para impedir su
desaparición.
No quiero que esta “indiferencia” ante el robo de
algo que considero mío me vuelva a pasar. No dejaré que la edad me acostumbre a
las pérdidas, porque acostumbrarse es dejar de luchar. Así que no permitiré que
la distancia termine su refrán y se convierta “en el olvido”.
El Parque Sindical, la prohibición/sanción por
patinar en la calle, Móstoles… creo que ya han sido provocaciones más que
suficientes para plantarse y no ceder más.
Que nos sirva esta baja como lección para no
quedarnos de brazos cruzados y defendamos nuestro deporte. Porque si hoy no lo
hacemos, mañana no tendremos donde practicarlo.
Enjoy the time to give you life.
Bien dicho ... ojalá no tengamos que volver a ver una escavadora destrozando nuestros parques ...
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